Las clásicas son carreras bastardas — En Modo Flecha

En el tiempo que coincidimos en el Fasso Bortolo, Frank Vandenbroucke me soltó un día en medio de una de sus conversaciones: “Tú podrías ganar una carrera bastarda como la Gante-Wevelgem”. A Frank le gustaba pronosticar el futuro ciclista. Entonces ya nos hablaba de un joven talento belga llamado Philippe Gilbert y, en mi caso, me faltaron unos metros para que su vaticinio se confirmara.

Conocí a Frank Vandenbroucke y Nico Mattan antes de ser profesional y por casualidad, a finales de los años noventa. Un día, mientras entrenaba por la Cerdanya, avisté a dos corredores del Mapei y, al ver quiénes eran, di media vuelta para unirme a ellos. En aquellos años no era habitual cruzarse con profesionales en esa zona pegada a Andorra, por lo que no podía dejar escapar una oportunidad así. Rodamos un buen rato y conversamos sobre ciclismo hasta que ellos siguieron su ruta hacia el Col de Pailhères. Me parecieron buenos tipos, entre otras cosas porque no intentaron soltarme a las primeras de cambio.

Para cuando volvimos a coincidir, Frank el belga ya había pasado por la explosión, derrumbe y resurgimiento de su carrera deportiva. Aun así, seguía hablando de ciclismo con el mismo brillo en los ojos que tenía camino de Pailheres. Frank Vandenbroucke, VDB, fue un gran compañero de equipo y a buen seguro que él también habría regalado una Gante Wevelgem a su amigo Mattan, de la misma forma que ha pasado este año con Wout Van Aert y Christophe Laporte.

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Van Aert cedió a su compañero Laporte la victoria en la Gante-Wevelgem 2023 a pesar de parecer el corredor más fuerte (Fotografía: Zac Williams / SWPix)

Gracias a acciones como la del Jumbo Visma se ha recordado en nuestro deporte valores como el del compañerismo, la nobleza y la lealtad, tan importantes en nuestro crecimiento como personas. Así que muchos nos preguntamos si realmente debemos anteponerlos a algo tan valioso como la deportividad. ¿No se trata de qué gane el mejor?

Este año vivimos una situación similar en la Strade Bianche femenina entre Demi Vollering y Lotte Kopecky. Ambas, corredoras del mismo equipo, se disputaron la victoria hasta el último centímetro y eso fue algo que no gustó a muchos. No daba buena imagen, decían. Lo cierto es que la imagen debería ser siempre la mejor, siempre y cuando el resultado no se vea alterado, es decir, que gane el/la mejor.

Kopecky y Vollering se disputaron la victoria en la Strade Bianche 2023 (Fotografía: Luc Claessen / Getty Images)

Decisiones desde el coche como el día de La Toussiere en el Tour del 2012 —cuando el Froome gregario trabajó para Wiggins, su líder— o la París-Roubaix de 1996 —con victoria de Museeuw y triplete del Mapei— impiden que gane el mejor y también suelen ser criticadas. Sin embargo, lo vivido con Van Aert y Laporte es distinto, ya que fue imperó el juicio del propio belga de regalar la carrera. Podemos tener distintas opiniones, pero la decisión, en este caso, es del propio corredor y ahí sí que el compañerismo cobra más fuerza.

Volviendo a Mattan, en la Gante-Wevelgem del 2005, el belga fue un duro rival para mí. Aquella jornada se caracterizó por los abanicos en De Moeren, la lluvia, y la bajada aterradora del monte Kemmel. La carrera terminó de romperse en las largas rectas hacia Wevelgem en las que Baden Cooke era, a priori, el corredor con más opciones. “Attenti a Cooke, quello é un pistard”, nos repetía el viejo Giancarlo Ferreti por el auricular. Cancellara vigilaba al australiano mientras yo salí a cerrar el hueco con Mattan. “Chiudi, li dai un cambio e lo scatti in faccia”, me indicaba desde el coche.

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Ferreti era un director con carácter, de los que valoraba el esfuerzo cuando venía desde abajo. Hoy en día somos capaces de tenerlo todo gracias a una pantalla con conexión a internet, clicamos un botón y en 10 minutos nos entregan una pizza caliente en la puerta de casa, pero en el fondo una pizza sabe mejor cuando nos esforzamos en ir a comprar la harina y el resto de los ingredientes para prepararla en casa.

(Fotografía: Lars Ronbog / Getty Images)

En aquellas rectas entre Menen y Wevelgem cerré el hueco con Mattan a la vez que recordaba las horas que pasaba en el tren para cubrir el trayecto desde Sitges, dónde yo vivía entonces, hasta Font Romeu, en el Pirineo. Poder entrenar por aquellas carreteras suponía más de cuatro horas hasta La Tour de Carol viajando en el Cercanías, para luego esperar al Tren Amarillo para que me acercase a los alrededores del Centro de Alto Rendimiento Pierre Coubertin, en Font Romeu. 

Al descolgar a Mattan y aventajarle con 11” en el último kilómetro, Ferretti se emocionaba por la emisora —“sei un leone!”, decía—, mientras pedaleaba esforzándome por mantener los 55km/h que indicaba el computador. Pero Mattan me adelantó como por arte de magia, sin esperármelo y, a 10 km/h más rápido de lo que yo rodada, cruzó la meta y celebró la victoria. En aquella Gante Wevelgem acabé segundo. Las clásicas no son mágicas, son bastardas y saben a gloria cuando las luchas desde abajo.

Imagen de cabecera: Tim de Waele / Getty Images

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