Aventura pirenaica en la Val d'Aran: subida al refugio de Port d’Urets

Lluvia, nieve, viento... En muchas ocasiones, los planes no salen como se organizan, pero eso no impide disfrutar del camino. La Val d'Aran aguarda grandes rincones pocas veces explorados en bicicleta.

Me encanta que los planes salgan bien, al más puro estilo Hannibal Smith en Equipo A. Esta frase, bien podría ser una de las que han guiado mi carrera profesional, acostumbrado a organizar rodajes y gestionar grandes equipos de trabajo. De hecho, uno de mis logros es conseguir mantener la serenidad de las personas en situaciones de máximo estrés, con todo lo que ello implica.

Sin embargo, este frenesí del mundo audiovisual no lo había experimentado en el terreno personal hasta hace más bien poco tiempo. Ha sido desde ese momento en el que he empezado a disfrutar de los giros bruscos de guion, los cambios de planes de última hora y lo emocionante que puede resultar la improvisación. Descubrir, o más bien adaptar, esa faceta a mi vida me ha permitido, al mismo tiempo, saber extraer mayor partido a una de mis grandes pasiones: las aventuras en bicicleta.

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En una de esas pequeñas dosis de desorden controlado decidí explorar algunos de los rincones de la Val d’Aran de una forma diferente. Durante una ascensión a pie la primavera pasada al Tuc del Maubèrme (2.880 metros de altitud), en la frontera pirenaica entre España y Francia, tuve una brillante idea: ¿sería posible llegar en bicicleta de montaña hasta el refugio de Port d’Urets, atacar el Maubèrme caminando y, desde allí, descender en bici hacia el Estanh Long de Liat?

Ese pensamiento surgió después de admirar las impresionantes vistas de Posets, Aneto, Pica d’Estats, Monte Perdido e, incluso, el Vignemale: un balcón pirenaico con vistas privilegiadas tanto a los picos más altos de la cordillera como a la zona de l’Ariege francesa. Con esa instantánea capturada en mi cabeza, llamo a mi compañero de aventuras Tomás. Su primera reacción fue de asombro, pero tras unos minutos de conversación aceptó el reto y se apuntó a esta particular excursión. 

Tras dejar atrás los calurosos meses de verano, nos dispusimos a poner en marcha la maquinaría durante las primeras fechas otoñales tratando de encontrar en las previsiones meteorológicas una ventana de buen tiempo con permiso de la lluvia. Y la encontramos. 

Cuando iniciamos la aventura, todo iba según lo previsto. Revisamos frenos, nos cargamos de comida, ropa y de los bártulos necesarios, y empezamos a pedalear a media mañana desde el pueblo de Baguergue, en la zona de Naut Aran. El objetivo era llegar al Tuc der Òme (2.703m). La ascensión empezó de manera tranquila por pista forestal. Sin embargo, conforme fueron avanzando los kilómetros, la situación se iba complicando a medida que íbamos atravesando senderos de un gran desnivel y tramos rocosos en los que empujar la bicicleta era la única opción para seguir avanzando.

Por suerte, el tiempo era radiante —o al menos eso pensábamos— y el paisaje, asombroso. Esa sensación de conexión directa con la naturaleza nos daba fuerzas para seguir nuestro camino. El mismo empeño que nos llevó a la cima fue el nos impulsó a iniciar el descenso técnico y complejo hasta Port d’Urets. Este pequeño refugio libre nos acogió para pasar la noche bajo techo en un momento en el que las condiciones meteorológicas comenzaron a cambiar a gran velocidad. 

Aun así, descargamos nuestro equipaje e hicimos una rápida incursión a las cercanas ruinas de las Mines de Liat, una antigua mina de zinc, hierro y plomo que inició su explotación en 1880. Es difícil imaginar cómo debía ser el trabajo minero en un lugar tan remoto y de difícil acceso como este, y toda la complejidad logística que perduró hasta 1929, año en que dejó de explotarse.

La noche se antojaba fría y tras una cena a hora temprana, nos metimos en nuestros sacos e intentamos dormir en medio de la tormenta. El viento y la lluvia marcaron esas primeras horas, hasta que el sueño se hizo más profundo. A la mañana siguiente nos despertamos con lo que sería la primera nevada de la temporada. Ajá: ¡la ventana de buen tiempo que marcaban las predicciones! 

La sensación de levantarse en alta montaña, con un paisaje totalmente distinto al del día anterior, nos recuerda lo insignificantes que somos y lo maravillosa que es la naturaleza y sus ciclos. Esa reflexión puede ser muy poética, pero… necesitábamos un cambio de planes urgente. El ascenso a pie al Toc de Maubèrme quedó descartado de manera instantánea, por lo que decidimos esperar un par de horas visualizando, siendo muy optimistas, un cambio de condiciones meteorológicas que nunca llegó. 

Una vez asumimos que nuestra viaje por el Vall d’Aran no acabaría como teníamos planeado, decidimos bajar hacia el punto de partida, Baguergue, del modo más rápido posible. Este cambio de planes implicó que descartáramos 15 kilómetros de sendero que prometían ser el plato fuerte del fin de semana. 

A pesar de ello, y aunque parezca mentira, lo aceptamos con alegría, siendo conscientes de que era la mejor opción. Nos abrigamos con todo lo que llevábamos encima y avanzamos cuesta abajo por senderos técnicos primero, más divertidos un poco después y finalizando sobre una rápida pista forestal que nos llevaría de nuevo a Baguergue.

Me encanta que los planes salgan bien, pero en ocasiones eso no siempre es posible. Lo importante es saber reconducir los imprevistos y, en cierta manera, disfrutar del caos y la improvisación. Siempre habrá una segunda oportunidad para intentar esta aventura; Los Pirineos no tienen prisa, tan solo un poco de mal humor de vez en cuando…

Bernat y Tomás usaron la Megamo Track para esta aventura. 

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