Relatos Sonoros: Sule Kangangi, estrella de África

Relatos Sonoros: Sule Kangangi, estrella de África

Recordamos la historia del keniano Sule Kangangi, un ciclista muy especial que, a pesar de los muchos obstáculos que ha tenido que superar consiguió competir en Europa, viajar por todo el mundo y tratar de llevar el ciclismo del máximo nivel a África.

Fotografías: Lian van Leeuwen Gravel Gravel ciclismo Relatos Sonoros Texto: Frank L'opez Volata Radio

En esta nueva entrega de la serie de Relatos Sonoros queremos hacer nuestro pequeño homenaje a la figura de Sule Kangangi, fallecido el pasado mes de agosto en un trágico accidente en la prueba de gravel Vermont Overland. Una historia escrita por Frank L'opez y publicada en el número 33 de la revista VOLATA. Ahora la recuperamos íntegramente para este capítulo.

 

Sule Kangangi, estella de África

La historia de Sule Kangangi es la de un hombre que no podía rendirse. Un día descubrió el ciclismo y ya no dejó de soñar con él. A pesar de los muchos obstáculos que ha tenido que superar, ha conseguido competir en Europa, viajar por todo el mundo y ahora, como el hijo pródigo que vuelve a casa, llevar el ciclismo del máximo nivel a África.

Era un domingo de 2004 cuando Sule Kangangi se dirigía con su Black Mamba a la pequeña ciudad de Eldoret, a unos 300 kilómetros de Nairobi. La icónica Black Mamba sigue siendo la primera opción de bicicleta de reparto en las zonas rurales de Kenia. Aquel día, el joven de dieciséis años se encontró con que las carreteras estaban bloqueadas y llenas de gente vitoreando. "Nunca había visto nada parecido —recuerda—. Estaba aterrorizado". Mientras se abría paso entre el gentío, pudo contemplar como unos ciclistas pasaban a toda velocidad en la que fue la primera carrera que vio. "Iban tan rápido, quizá a 50 o 60 kilómetros por hora en una especie de descenso. No sabía que alguien pudiera ir tan rápido".

Kangangi nos cuenta todo esto mientras tomamos té y comemos samosas. Detrás de él, unos rayos de sol cristalinos atraviesan como por arte de magia las anchas hojas de un jardín de Kilimani, un tranquilo y montañoso barrio de Nairobi. Su aspecto es el de un ciclista con patrocinadores, con ropa deportiva recién estrenada sobre un cuerpo enjuto con los bultos y las cicatrices que suelen aparecer en cualquier deportista de élite. Éstas son especialmente visibles de cerca.

La historia que relata es tan centrada y singular que su narración resulta tan importante como los detalles. Cada parte ocupa su lugar y no hay margen para desvíos o distracciones. Del relato, contado muy intensamente a su propio ritmo, se desprende que hay una lucha interior entre el tipo bonachón que hay en él contra el tipo competitivo que necesita ganar.

Una primera competición XL

Este joven keniano empezó a trabajar a los trece años, cuidando treinta vacas por el equivalente de poco menos de 8 euros al mes. A los catorce, ya iba en bicicleta, transportando hasta 60 litros de leche durante más de 30 kilómetros al día, siete días a la semana. Era todo lo que sabía hacer. Pero cuando vio la ceremonia del podio de aquella carrera ciclista aquel día de 2004 entre la multitud de Eldoret, el curso de su vida cambió para siempre. "Estaba tan impresionado que quería ser como ellos", reconoce. Kangangi se acercó al ganador para interrogarle y pedirle toda la información posible sobre como participar en competiciones: "Me dijo que me quitara el portaequipajes, los guardabarros y me pusiera unos pedales de plástico. Así estaría listo para salir".

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El fin de semana siguiente, se encontró viajando 100 kms en autobús para participar en su primera competición Black Mamba Junior. Llegó la noche anterior a la carrera, pero como no tenía dinero para pagarse una habitación, se sentó en un restaurante a beber té hasta la mañana. "No sé cuántas tazas me bebí esa noche", admite. Nervioso y cansado por no haber podido dormir, observó al resto de competidores, con ganas de empezar la carrera. Se repartieron unos maillots con el logotipo de los preservativos Trust en el pecho. Cuando le entregaron una XL, Kangangi se vio obligado a atarla por delante para que no hiciera un efecto como de paracaídas. "Fue una carrera de 50 kms y no recuerdo nada de ella —relata—. “Pero quedé quinto y todavía guardo ese trofeo. Tenía muchísimas ganas de volver a casa para enseñárselo a mi madre".

Kangangi nunca tuvo la oportunidad de recibir una educación secundaria. Desde joven se esperaba de él que ayudara a mantener a su familia, pero fueron las carreras de competición las que rápidamente cobraron protagonismo. "Necesitaba más tiempo para entrenar y empecé a faltar al trabajo —dice—. No pasó mucho tiempo antes de que me arruinara y tuviera problemas con mi madre". A día de hoy, disfruta recordando cómo le reprendía: "¡Deja esta tontería del ciclismo que nunca te llevará a ninguna parte!".

En ese momento tenía todo el derecho del mundo a dudar de cómo se gastaban sus energías: el premio por ganar una carrera no superaba los 5.000 chelines (42 €). Trabajar todos los días repartiendo su ronda de leche le garantizaba 6.000 al mes. Ganar siempre no era una opción real. Vivía en una habitación individual con su madre, lo que ya de por sí resultaba bastante difícil. Además, estaba pasando por la incómoda etapa que supone convertirse en un hombre joven. Pero entonces, Kangangi tuvo la suerte de encontrar una vía de independencia al mudarse para compartir una habitación con su primo, sin pagar alquiler.

Un test lleno de corazón que marcaría su futuro

Fue entonces cuando apareció Nicholas Leong. Si no fuera por este fotógrafo publicitario de Singapur, algo visionario y alocado, puede que el ciclismo keniano no estuviese donde está hoy. Obsesionado con el Tour de Francia, estaba en su casa viendo por televisión el maratón de la ciudad de Singapur de 2005 cuando llegó a la conclusión de que los kenianos, tan adeptos a las carreras de larga distancia, deberían ser también grandes ciclistas. En un arrebato, reservó un vuelo para Nairobi esa misma tarde, y se sentó junto a los ganadores del maratón en el avión. Cuando aterrizaron, los siguió hasta su casa en Iten, en las tierras altas del Valle del Rift, para crear su equipo ciclista Kenyan Riders, que sigue existiendo hoy en día.

"Me enteré de la existencia de un hombre asiático que reclutaba jóvenes ciclistas, a solo 30 kms de distancia —recuenda Kangangi—. Organizó pruebas que terminaban con esta subida tan bestia, pero yo siempre estaba a unos 25 minutos de lo que él esperaba de nosotros. Parecía imposible". Con su confianza mermada por primera vez, las cosas empeoraron aún más cuando Kangangi se enteró de que no había entrado en el equipo. Los corredores que sí pasaron el corte recibieron bicicletas nuevas y un estipendio mensual. En breve, Leong incluso les contrataría un entrenador profesional. Las palabras de la madre de Kangangi empezaron a resonar en sus oídos.

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Con el corazón roto, a los dieciocho años dejó la ciudad y se trasladó a Lodwar, en el noroeste del país. "No podía soportar que aquellos ciclista se embolsaran diez mil chelines al mes —asegura—. “Así que me fui para dejar de oír hablar de todo eso". Empezó a trabajar como conductor de boda boda (una mototaxi), pero no pasó mucho tiempo antes de que Leong empezara a preguntarse qué había sido de aquel joven tenaz que lo había dado todo en las pruebas. Localizó a Kangangi y le ofrecieron un puesto en el equipo sólo por su espíritu. El keniata no se lo podía creer. "Todo ello fue gracias a la bondad de su corazón —dice Kangangi—. Así que de repente me encontré en una gran sala con diez literas. Dormíamos y cocinábamos juntos, como en el ejército".

El singular paso por el ciclismo europeo

Kangangi no desaprovechó su oportunidad con un vigor renovado, entrenando como nunca antes y devorando los DVD de Lance Armstrong: "Estudié su técnica: cómo descender y abrir las curvas. Incluso cómo pedaleaba. Y de su agresividad: la voluntad de ganar". Con la ayuda del nuevo entrenador profesional francés del equipo, Kangani progresó rápidamente y no tardó en llamar la atención de la Federación de Ciclismo de Kenia, que lo llevó a correr a Eritrea. "El ciclismo me ha llevado a escenarios inimaginables —admite—. Pero el mero hecho de subirme a ese avión significó realmente algo: mi madre se paseó por su pueblo contándoselo a todo el mundo".

Era su primera carrera internacional y le fue bien, ya que terminó séptimo de entre unos 50 corredores en una prueba de siete días. La leyenda eritrea Daniel Teklehaimanot, el primer corredor de un equipo africano en vestir el maillot de lunares en el Tour de Francia, ganó ese día. Kangangi se alegró de estar muy cerca de él. "Gané 40.000 chelines y volví como el hombre más rico del pueblo —comenta con una sonrisa—. A mi madre le compré mantas y una televisión. ¡Ha sido la vez que me he sentido más rico!".

Kangani se animó a entrenar aún más, ya que otros de su equipo se quedaron en el camino y ya no habría vuelta atrás a su antigua vida. A los veintidós años volaba con su equipo a Francia para descubrir Europa y participar en la Haute Route, una de las pruebas ciclistas de varios días más duras del mundo para corredores aficionados. "Fue un choque cultural. El viaje de París a los Alpes en autobús fue tan largo que cuando llegamos nos moríamos de hambre".

Cuenta que al llegar al restaurante del hotel, en un entorno alpino de postal, les hicieron pasar al restaurante. La camarera les trajo una sopa de champiñones y una baguette, y la devoraron con voracidad. "Éramos doce keniatas y ninguno de nosotros sabía lo que era un primer plato —relata riendo—. No parábamos de pedir más sopa, más pan". Cuando llegó el plato principal de pollo y arroz, ellos ya estaban reposando con un palillo en la boca. "Ya no nos quedaba espacio en el estómago; qué vergüenza". Fue una lección a tener en cuenta.

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Pasaron los primeros controles a toda velocidad: la intención era demostrar a todo el mundo de lo que eran capaces. "Íbamos tan rápido que dejamos atrás a muchos corredores, formando nuestro propio grupo —recuerda—. Pero uno a uno, empezamos a quedarnos". No solo quemaron más energía de la que debían, sino que además se habían olvidado de estudiar contra quiénes competían. "Había tipos muy serios, que supieron ser pacientes y mantenernos a la vista". El mejor puesto de los Kenyan Riders ese día fue el octavo y el segundo mejor el decimocuarto, cosa que les hizo sentir que habían fracasado estrepitosamente. "Sabíamos que no teníamos que parecernos a los protagonistas de la película Elegidos para el triunfo [N.del E.: un film que narra la historia del equipo jamaicano de bobsleigh en los Juegos de Invierno de 1988] y aprender de nuestros errores".

Racismo y trabas burocráticas

Kangangi ha corrido por todo el mundo y ha vivido en Europa, compitiendo para el Team Bike Aid en Blieskastel, Alemania, y en equipos continentales tan lejanos como el australiano Kenyan Riders Downunder. Son logros que no siempre han resultado fáciles. "En Australia y en Francia, me tocó vivir el racismo. En Australia, viene en forma de palabras abusivas, pero en Francia también puedes sufrir esta actitud silenciosa de no pertenencia". A pesar de ello, sus ganas y su impulso dentro del deporte siguen intactas. A sus treinta y tres años, aún cree que no ha llegado a su punto álgido.

Su participación en el equipo Team Amani, con sede en los Países Bajos, ha contribuido a elevar el estatus de su región en el ciclismo, así como su propia reputación personal. Su objetivo es cambiar con audacia la fisonomía del deporte potenciando la inclusión de los corredores africanos. Lo que resonó en Kangangi fue "su deseo de llevar a los europeos a África y no al revés". Pero no solo quiere atraer a los patrocinadores y construir y alimentar una red de clubes ciclistas en toda África, sino que quiere ir más allá. "No solo me perdí carreras por problemas con los visados. También perdí contratos profesionales".

Está decidido a no dejar que el desarrollo de los jóvenes ciclistas se vea obstaculizado como lo estuvo el suyo. Como coordinador principal para África Oriental, ayuda a supervisar dos clubes en Kenia, uno en Uganda y otro en Eritrea. Contribuye en muchos aspectos: ayuda con la burocracia de los visados en el extranjero, acceso al equipamiento y la inestimable formación y estímulo que todo joven deportista necesita en las primeras etapas de su desarrollo.

Llevar el ciclismo a África

El Team Amani también espera igualar las condiciones en el terreno. Su Migration Gravel Race es una prueba de cuatro días de duración, de 650 kms, a través de las maravillas del Masai Mara, que se celebrará de nuevo en junio. Por una vez, para los corredores africanos, la obtención de visados no será motivo de preocupación. Esta competición internacional no solo atrae a los mejores corredores y a las empresas de comunicación más importantes, sino que también tienen la suerte de poder elegir con qué patrocinadores corporativos quieren alinearse. "No todos tienen el corazón donde deben —comenta Kangangi—. POC, por ejemplo, ha hecho que su producto sea asequible para los corredores de Kenia. Esto ayuda a que el deporte crezca, a que sea algo más que una moda”.

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"Promovemos las carreras de gravel, que en Estados Unidos se han disparado —afirma—. Para mí no es realista pensar que pueda correr algún día en el Tour de Francia, pero puedo ir a la Unbound, la mayor carrera de gravel del mundo, y codearme con los mejores". Cree que los primeros puestos están ahí para ser conquistados. Es consciente de as limitaciones impuestas a los corredores nacidos en la pobreza en todo el mundo. "Las carreras de carretera son un mundo pequeño para la élite mundial. Muchos ya provienen de entornos con dinero. En Kenia, no tienes posibilidades de entrenar, ni de tener equipo y cuando llegas a demostrar tu valía puedes tener, si tienes suerte, unos veinte años. Los de veintidós años ahora ya ganan el Tour de Francia".

Los jóvenes ciclistas de África Oriental se beneficiarán seguramente de los campamentos de Amani y de sus carreras, pero también de la experiencia vital de Kangangi. Es un hombre que se alimenta de su propia historia, y por muy motivado que esté, brilla con una genuina humildad. "Mi madre siempre me preguntaba: '¿Qué vas a ganar con esto?' Pero siempre me apasionó más poder ganar que el dinero", dice. Es una mentalidad que le ha permitido crear una vida más allá de los sueños o las esperanzas. "Siempre daré lo mejor de mí y aceptaré lo que me den —asegura mientras se levanta para irse—. Solo me siento mal si no lo he dado todo. Eso es todo lo que tenemos. Si lo he hecho, puedo aceptar lo que venga después".

Sule Kangangi es uno de esos hombres que no dan su brazo a torcer. Su interior está construido a base de sol y garra. Su legado no solo está en sus trofeos y medallas coleccionados, también está en la energía que sigue compartiendo con aquellos que levantan polvo mientras se abren paso hacia la línea de meta. En África Oriental, el viaje para muchos no ha hecho más que empezar.

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