Relatos Sonoros: La mística de la Flamme Rouge

Porque es en el último kilómetro de las etapas donde se empieza a saborear la dulzura de la victoria o la amargura de la derrota. En esta entrega, Flecha reflexiona sobre el misticismo detrás de la pancarta de la flamme rouge.

En esta nueva entrega de Relatos Sonoros hablamos de ese pequeño triángulo rojo que identifica el último kilómetro de las etapas. Juan Antonio Flecha vuelve a sacar a relucir su conocimiento, experiencia y recuerdos para aproximarnos a detalles del ciclismo profesional que los periodistas y aficionados muchas veces pasamos por alto. Con un tono muy didáctico, Flecha mira hacia el pasado Tour pero también lo ilustra con victorias de hace años para reflexionar sobre esa última distancia antes de la meta. 

En este nuevo capítulo de la serie recuperamos íntegramente el artículo titulado 'La mística de la Flamme Rouge' y publicado en el número 39 de la revista dedicado a la mente y al cuerpo.

La mística de la Flamme Rouge

"En carreras como esta no hay que pensar en la distancia, se va exhausto desde la salida y quién es capaz de soportarlo durante más tiempo, el que sufre al máximo, es quien finalmente levanta los brazos en la línea de meta". Estas fueron las palabras que más me emocionaron en el pasado Tour de Francia. No son sacadas de la famosa entrevista a Matej Mohorič ni tampoco el ciclista que las pronunció terminó ganando una etapa.

Curiosamente, el día anterior a la victoria de Mohorič sobre Casper Asgreer, el danés había ganado tras una fuga en el primer kilómetro en la que los escapados llegaron tener menos de un minuto a 50 kilómetros de la meta, pero en la que toda la intensidad se concentró en el último kilómetro de la etapa. Aquel día, Victor Campenaerts cruzó la flamme rouge acoplado a su bicicleta de manera exquisita: brazos en 90 grados, codo hacia dentro, manos en las manetas de freno a 45 grados y cabeza agachada. Visto de frente, el belga asemejaba a Viatcheslav Ekimov ganando la persecución individual en lo mundiales de finales de los años ochenta. Al igual que el ruso, Campenaerts sabe medir la distancia y cruza la pancarta del último kilómetro con sus compañeros de escapada a rueda para lanzar a Eenkhoorn, y va más deprisa que los lanzadores del Alpecin hasta escasos trescientos metros. Allí, Campenaerts se aparta, los escapados respiran por última vez antes de esprintar y es el danés quien termina llevándose la etapa.

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Los inicios de Campenaerts en el ciclismo son muy recientes, ya que hasta los diecinueve años practicaba la natación y el triatlón por lo que es poco probable que viese a Ekimov ganar etapas atacando en el último kilómetro a finales de los noventa. Sin embargo, el belga es un especialista de la lucha contra el crono y recordman de la hora, sobre todo gracias a su pasado en la natación dónde aprendió a saber medir su ritmo en función de la distancia.

Fotografía: Charly López

En mi adolescencia me fascinó ver a Ekimov atacar en el último kilómetro. Cuando al tren de los velocistas les quedaban dos lanzadores, el ruso conseguía desordenarles con un ataque en la misma flamme rouge para robarles la victoria. Posiblemente no exista un ataque más rebelde en el ciclismo que el que se produce en el último kilómetro y, a la vez, la mayor crueldad para una escapada es ser neutralizada dentro de esa distancia. Habiendo leído esto coincidiréis conmigo que la flamme rouge tiene cierta mística y que al cruzarla en cabeza se empieza a saborear la dulzura de la victoria o la amargura de la derrota.

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Mi primera victoria como profesional se produjo tras un ataque en el último kilómetro de una etapa en la Vuelta a Aragón. A Cipollini le quedaba Scirea como último lanzador en el momento en que Rolf Sorensen les intentó sorprender con un ataque. Scirea cerro el hueco con el danés justo en la flamme rouge y por mi cabeza surgieron imágenes de Ekimov atacando. Con rapidez pensé que al italiano se le haría muy largo y que si apuraba en la rotonda ya no me verían. Calculé la distancia, medi las fuerzas de los demás y fui un rebelde atacando al rey león —Cipollini— en su terreno.

Lo cierto es que el ciclismo suele darnos más amarguras que alegrías en esa distancia, pero en el pasado Tour, Victor Lafay nos devolvió la belleza de ese tipo de victorias. El francés sorprendió a Van Aert atacando en la flamme rouge cuando al belga ya no le quedaban lanzadores, calculó la distancia, midió la fuerza del favorito y atacó sin resignarse a otro esprint del grupo. Otra vez, el último kilómetro tomaba especial protagonismo en la Grand Boucle aunque en el fondo y, como diría semanas más tarde otro Victor —Campenaerts—, a quién finalmente la carrera premiaría como el más combativo en Paris: "En el Tour no hay que pensar en la distancia".

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