En esta nueva entrega de la serie de Relatos Sonoros viajamos hasta la Patagonia argentina con un relato que escribió el fotógrafo Paolo Martelli en el número 23 de la revista VOLATA, dedicado al bikepacking. Una historia que nos permite adentrarnos en la primera aventura de ciclismo de larga distancia que vivió Martelli. Ahora la recuperamos íntegramente para este capítulo.
Patagonia, el primer viaje
¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez? Parece una pregunta trivial, pero tuve que irme a trece mil kilómetros lejos de casi mi casa para descubrir todas las cosas que todavía no había hecho en mi vida. Y fue hermoso.
En 2019 tomé unos cuarenta aviones, cada uno de los cuales me llevó a un lugar diferente, para ir a hacer fotos, que es mi trabajo. Sinceramente, no recuerdo la mayoría de estos aviones, pero sí que tengo gravado en la memoria uno de ellos, el que cogí a principios de diciembre del año pasado y que me dejó en El Calafate, Argentina, donde empieza la Patagonia.
Nunca había estado en bicicleta más de seis horas consecutivas, nunca había montado una tienda de campaña para dormir, nunca había comido frente al océano, nunca había "viajado" en bicicleta, en autosuficiencia. Nunca había hecho muchas de esas cosas. Sí que había estado en Argentina diecinueve años antes, pero entonces no sabía ni qué era una cámara de fotos.
En este viaje recorrí 1200 km, desde El Calafate hasta Ushuaia, en bicicleta, al ritmo de la naturaleza, a través de la Patagonia, tratando de entender por qué se llama Tierra del Fuego. Me contaron que allí puedes vivir las cuatro estaciones en 24 horas. Me contaron que allá abajo, la naturaleza te cambia por dentro, que nunca vuelves igual.
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Durante la primera tarde de viaje, en la que hicimos 80km en 12 horas, me quemé las piernas y la cara. Allí el sol arde porque, según dicen, estás más cerca del agujero de ozono. Esa misma noche me desperté temblando en mi tienda. Fuera estaba cayendo hielo, no estaba nevando: estaba cayendo hielo. Había una temperatura de 10 grados bajo cero.
Ese primer día visualicé la foto más bella de mi vida: un caballo blanco y un caballo negro, muy juntos, en medio de un campo cubierto de nieve. Pero no tuve el valore de sacar la cámara de mi mochila. Hacía demasiado frío, estaba temblando y no quería mojarme. Tenía que seguir sudando, tenía que sobrevivir. Viajábamos un grupo de 15 personas pero todos estaban solos en su aventura, todos vivían su propio viaje y se enfrentaban a sus miedos.
Te das cuenta de cuántas cosas realmente necesitas para sentirte bien y te das cuenta de que debes dedicar más tiempo a ellas. Entonces es cuando comienzas a aprender. Aprendes que la zona del parque nacional de Torres del Paine es hipnótica, son montañas ancestrales y te sientes obligado a pedirles permiso para pasar. Te enteras de que Perito Moreno es el único glaciar en el mundo que crece todos los días, y que todos los días se rompe haciendo ruidos que parecen disparos de cañón, pero lo digo así que porque los disparos de cañón son el ruido más fuerte que conozco. Y si le dedica más de 5 minutos de atención, te dispara un cañón.
También aprendes que un brioche de tres días ofrecido por un teniente argentino en un bloque policial en la frontera argentino-chilena puede ser lo mejor del mundo; descubres que una tela de 2 mm de grosor puede convertirse en el hogar más acogedor y cómodo en el que hayas dormido. Aprendes a montarlo y desmontarlo en cinco minutos, aprendes a lavarlo y secarlo.
También aprendes que los gauchos de la pampa argentina siempre están listos para ayudarte, su hogar es tu hogar si es necesario. Tienen dos grandes cuchillos en sus cinturones, sirven para matar al Guanaco, que parece un cruce entre un camello y una gacela. Descubres que si te esfuerzas demasiado sudas y que si sudas tu cuerpo se moja y tienes frío, y debes aprendes a escuchar tus sensaciones.
Descubres que Tierra del Fuego se llama así porque Magalhaes, antes de cruzar el estrecho en la distancia, vio muchos fuegos encendidos, muchas luces; aprendes a no tener comida en las tiendas contigo por la noche, porque los pumas están allí merodeando.
Aprendes sobre todo a no sentirte extraño por no saber, aprendes que quizás una de las razones de la vida es nunca dejar de aprender.
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