Jan Ullrich, el camino de la redención

Jan Ullrich, el camino de la redención

El ex ciclista alemán reapareció en la escena pública en la reciente marcha ciclodeportiva Mallorca 312, celebrada el pasado 24 de octubre. Laura Meseguer tuvo la ocasión de entrevistarle.

Fotos: Mallorca 312 Texto: Laura Meseguer

Escribía el poeta Mario Benedetti: “No te salves / no te llenes de calma / no reserves del mundo / solo un lugar tranquilo”. El ex ciclista alemán Jan Ullrich reapareció en la reciente Mallorca 312 en la escena pública. Desde el ostracismo al que llegó tras la investigación de la Operación Puerto y su confesión tardía de haberse dopado durante su carrera deportiva, el que fuese ganador del Tour de Francia de 1997 ha vivido ahogado en el alcohol y perdido por las drogas, protagonizando unos cuantos escándalos, para mayor decepción.

Precisamente en Mallorca tuve la ocasión de entrevistarle en una charla en directo para las redes de la organización del evento. Dado que no viví sus años gloriosos ni tampoco su declive, ese pasado tormentoso reciente es el que conformaba mi opinión sobre él. Para evitar ir a esa entrevista cargada de juicios, quise preguntar a los que vivieron su ciclismo, de cerca o de más lejos, para llegar con una visión más ecuánime y completa del personaje.

Así, me encontré con un Jan Ullrich modesto pero pletórico. Llegó acompañado de su novia y de una pareja de amigos, uno de los cuales era responsable de que le acompañase en ese reto de los 312 kilómetros. La entrevista sería ligera y llevadera por petición expresa y para mi pesar, pero le vi consecuente con su pasado. Antes de comenzar pidió agua. “Esto es lo que necesito en mi vida”, se sinceró. “Estoy en buena forma, amo montar en bicicleta y las dos cosas juntas creo que hacen mi vida más interesante”. Su lugar tranquilo.

Finalizada la entrevista, faltaba despejar el interrogante de la reacción de los participantes. Fue fervor y admiración para mi sorpresa, y más todavía para Ullrich, que sin necesidad ya de caminar con la cabeza gacha por vergüenza propia, comenzó a sonreir sin miedo. “¿Acaso la gente no tiene memoria?”, se podría pensar. En Mallorca me di cuenta de que el público le ha perdonado y demostraba su admiración sin reproches. Nadie quiere que se repita la historia del Chava o de Pantani. A través del aplauso no blanqueaban su pasado —por el que ya pagó un precio más alto que la propia condena del Tribunal de Arbitraje Deportivo—, sino que alentaban a una persona en su rehabilitación y en la búsqueda del camino que le devuelva a la vida en un vehículo común a cuantos aquí leen: la bicicleta.

Charlamos del presente aunque con inevitables referencias al pasado. Enseguida caímos en la comparación de su precocidad —fue ganador del Tour de Francia con veintitrés años y responsable, junto a su equipo Telekom, del boom del ciclismo en Alemania— con Remco Evenepoel, sobre el que está recayendo la presión de todo un país de fe ciclista. “Quizás era demasiado joven para soportar esa presión —reflexiona el alemán—. En mi vida he cometido muchos errores y he tenido muchos altibajos. La nuestra fue una generación marcada por el problema del doping y de la EPO”. Asimismo se refiere al actual como un ciclismo “limpio y muy bonito". "Esta generación es más completa; está un escalón por encima de la nuestra”, asegura. 

“Veo todas las carreras ciclistas —me cuenta—. Mis corredores predilectos son Peter Sagan, Alejandro Valverde, Julian Alaphilippe y Tadej Pogačar. Pero por encima de todos está Miguel Indurain. Es mi héroe”.

—¿Cómo ves a Alejandro Valverde? Con cuarenta y un años y ahí sigue —pregunto yo.
—Valverde corrió conmigo, ¡conmigo! Y yo ya soy muy viejo. Se nota que ama el ciclismo. Este es un trabajo muy duro y él siempre está motivado. Incluso si se cae en la Vuelta y después tiene que operarse y estar tres semanas de baja, vuelve y gana. Eso es especial y único en él. No hay muchos campeones como él —reconoce Ullrich.

 

Le gusta hablar de ciclismo aunque no eche de menos nada de su carrera profesional. “Nope, nope, nothing”.

En la presentación del gran fondo, vivimos un emocionante reencuentro con Joseba Beloki, al que no veía desde su caída en el Tour de 2003; con Óscar Freire, Pedro Horrillo y Alberto Contador. Sin dobleces. Y, de nuevo, la ovación del público le abrazó el alma. Las redes sociales se llenaron como nunca antes había visto, o hubiera podía imaginar, de mensajes positivos, de felicitación y sobre todo de un calificativo: “ídolo”. Rebosante de felicidad, se tomó el tiempo de atender cada saludo y de posar para cada fotografía, y a pesar de no tener obligaciones con la organización, estuvo siempre disponible.

Ullrich asomó la cabeza por primera vez hace unas semanas en el training camp para millonarios que organizó Lance Armstrong, junto a George Hincapie y Johan Bruyneel en la misma isla de Mallorca. “Llegué a una situación como la de Pantani, casi muerto”, les confesaba. Desde entonces a este día, el alemán ha perdido peso y se le ve en plena forma. “Hubo un tiempo en que dejé de lado la bicicleta, pero en los últimos meses he vuelto a entrenar y me reporta mucha energía. El deporte es mi droga y amo el ciclismo”, afirma.

No es fácil como periodista hablar en este sentido de un personaje como Ullrich sin que se entienda como una apología de su pasado. La compasión no le libra de sus pecados como ciclista, pero se le tiende la mano para que vuelva a la vida como persona; un camino que empezó a reconstruir con su familia, a la que ha tenido abandonada durante años, para continuar con el ciclismo y, entiendo, terminar con la opinión pública.

Y es en Mallorca, donde Ullrich encontró la redención de su mala vida. Y se salvó, se llenó de calma y regresó al lugar tranquilo. No será el héroe que fue mientras nos tenía engañados, pero dejemos que al menos sea el hombre con la vida digna que todos tenemos derecho a aspirar. Y el que quiera que emule de nuevo a Benedetti: “No, no sufro de amnesia, solo me acuerdo de lo bonito y de lo que quiero acordarme. Se llama memoria selectiva, y es muy saludable tenerla”.

Fotos: Mallorca 312 Texto: Laura Meseguer


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