Marco Pantani: auge y caída

En casa de sus padres, Colin O'Brien explora la gran tragedia del ciclismo moderno: Marco Pantani

En verano, Cesenatico —un pequeño pueblo costero en la provincia de Forlì-Cesena, entre Rimini y Rávena— se llena de color y energía. Los turistas llegan de toda Italia y el mar está tranquilo y repleto de bañistas. Los chiringuitos pintados de colores llamativos se abarrotan de gente, al estilo kitsch de los años ochenta y cuerpos al descubierto. Se alquilan tumbonas, palmeras y patines a pedales con toboganes.

En enero, por el contrario, las calles están vacías y solitarias. Los fuertes vientos acercan la lluvia del Adriático y, al azotar los edificios frente al mar, la pintura vistosa del verano se agrieta y se descascara. Los barcos, en la orilla, se vuelcan para protegerlos de las inclemencias del tiempo y los toboganes y columpios de los niños se cubren de plástico para protegerlos.

Las duchas al aire libre, tan útiles para los bañistas de vacaciones, reciben un lavado propio en lo que se está convirtiendo en un abrir y cerrar de ojos en un diluvio de fuerte y fría lluvia.

Sólo un loco se bañaría con este tiempo, y en el mar no se ve más que un carguero y apenas algunos barcos de pesca en el horizonte. El aguacero hace poco ruido en la arena y el viento parece llevarse el sonido de las olas igual que las crea. Una bocina ocasional rompe lo que, por lo demás, es un silencio que pone los pelos de punta.

Cuando el sol brilla, Cesenatico es un lugar encantador, pero ahora mismo no lo es. Hay muy pocos comercios abiertos, y la ciudad parece llena de coches aparcados y casas vacías. El único restaurante que encontramos ha enviado al chef a casa —hace meses, quizá— y el comedor está vacío y tan sólo ocupado por un anciano y sus perros, que miran una enorme televisión.

Su mujer lo despacha con platos de sobras conocidos y promete hacerlo lo mejor posible con lo que tiene. Un poco de lasaña, vieiras con ternera... y el mando a distancia que no falte. A pesar de todo, hay fútbol.

En el exterior, algunos hoteles han tapiado sus ventanas y no hay nada abierto, salvo una deprimente sala de juego y un pub italo-irlandés.

A lo largo de la playa, los arados han levantado enormes bancos de arena hasta donde alcanza la vista, en un esfuerzo común por impedir que los vendavales invernales inunden la playa y barran la promesa aún demasiado lejana del verano.

Al sur, la bruma luminiscente que se filtra hacia el mar y el cielo nocturno es Rimini. Hace nueve años, un hombre que nunca conocí murió allí en una habitación de hotel asediado por otro tipo de tormenta, detrás de las barreras que él mismo creó. Solo.

A la mañana siguiente, el tiempo ha mejorado poco. Las calles de Cesenatico siguen vacías y el Adriático sigue azotando la costa. No se ve el agua en el canal principal de la ciudad por la flota de barcos pesqueros amarrados, y el horizonte —si se puede llamar así— está repleto de los mástiles de los barcos, excepto el gigantesco Condominio Marinella II, de 35 plantas, que se asoma al fondo. Ese bloque de apartamentos de hormigón junto al mar fue en su día uno de los edificios más altos de Europa, y sigue siendo seguramente uno de los más feos.

Estamos a las afueras de la ciudad, en el interior. La Fondazione Marco Pantani se encuentra justo al lado de la estación de tren local, cerca de la calle principal que sale de la ciudad y pasa por el cementerio de Cesenatico, donde se dice que la tumba de la familia Pantani es visitada por hasta 50.000 personas al año. Dejan flores, notas y fotos de sus seres queridos, y cuando la visitamos había una conmovedora fotografía de un niño que había muerto en su bicicleta, enmarcada y colocada junto al gran busto de Marco.

En la pared del museo dedicado a su memoria, una peculiar imagen de madera de Pantani, con partes móviles, pedalea a través del torrente y los vientos helados. Todavía sentado el sillín, lleno de clase e inercia artificial. Uno quiere pensar que el artista responsable no se dio cuenta de la importancia de este detalle.

En la escalinata del museo nos saluda Giuseppe "Pino" Roncucci, uno de los primeros entrenadores de Pantani y una gran influencia para el futuro campeón. Ha venido a Cesenatico por un día para hablar con nosotros, y para hacer compañía a la madre de Marco, Tonina.

"Cuando corría no tenía mucho tiempo para estar aquí —dice Tonina, llena de cariño por los primeros recuerdos de su hijo—. Pero a él le encantaba. Sólo quería estar aquí, en Cesenatico. Siempre que estaba fuera, llamaba para ver quién estaba aquí, qué pasaba. Le encantaba el mar".

"¡Ah! El mar —suspira Pino—. Cada vez que le proponía un periodo de descanso y preparación, quería volver aquí. Y yo decía: '¿a Cesenatico? ¿Para qué? ¿A nadar?'. Pero él sólo decía: 'volvamos'".

"En la plaza donde está el monumento a Marco —añade su madre— también había una piscina. Vivíamos cerca y Marco estaba allí todo el tiempo cuando era niño. Y en invierno, cuando se helaba, lo hacía con los patines de hielo".

"Entonces, cuando todavía era pequeño, empezó a andar en bicicleta. Llevaba un tiempo jugando al fútbol, pero estaba demasiado delgado y los entrenadores lo dejaban en el banquillo. Se hartó muy pronto. Marco siempre tenía demasiada energía para estar sentado".

"Siempre fue tímido. Cuando era joven, casi parecía avergonzado de terminar primero, ¿comprendes? Siempre estaba ahí, al frente, pero nunca se lo proponía del todo. Entonces, un día recuerdo que su padre le escribió una nota antes de una carrera, diciendo: 'Si puedes ganar, debes hacerlo', y terminó solo. Fue muy bonito verle salir por su cuenta. Después de eso, siempre parecía terminar en solitario".

"La cuestión es —añade Pino— que no tenía miedo de estar solo. Tenía el coraje y la capacidad de atacar en una carrera y quedarse en solitario durante 50 km... Todos los viajes de su vida fueron así. En el frente, solo".

Es curioso que "solo" sea una palabra tan utilizada sobre uno de los grandes iconos deportivos y culturales de Italia.

"No le gustaban ciertas compañías", dice Tonina, corrigiendo la sugerencia de que prefería estar solo. "Le encantaba su propio grupo. Para él, eran como una familia. La amistad para Marco era algo sagrado. Y al final, cuando incluso sus verdaderos amigos se apartaron de él, creo que fue algo incluso peor que la muerte.

"Sí, era tímido. Pero entre la familia y los amigos era diferente. E incluso con sus fans, nunca le faltaba algo que decir, ni con un niño ni con un adulto".

Ellos tampoco andaban escasos de contenido y palabras. Libros, películas, artículos como éste, cartas sentidas dejadas en su tumba.

El gran periodista italiano Gianni Mura escribió una vez que Marco era tan frágil como un jarrón de cristal y tan duro como el granito. Incluso acuñó una palabra para él, la francamente fantástica "Pantastique". No todos han sido tan poéticos.

"Si pudiera agarrarlos, les retorcería el cuello", gruñe Tonina Pantani con sinceridad, mientras la conversación gira en torno a los muchos periodistas que han hecho carrera atacando a su hijo o lo han utilizado para ganar dinero rápido. Si el hijo de Tonina Pantani se dopó o no durante su carrera es un debate para otra ocasión. Muchos ya lo han abordado con no poca habilidad investigadora, y muchos más se han formado sus propias opiniones basadas en sentimientos viscerales y lealtades personales.

Pero en aras de la claridad, los registros muestran que en aquella famosa subida a Madonna di Campiglio en el Giro de Italia de 1999, el nivel de hematocrito de Pantani era del 52%, dos puntos por encima del nivel que la UCI había establecido y tres puntos por debajo del nivel que la mayoría de los médicos deportivos decían que podía darse de forma natural. Como líder de la carrera con más de cinco minutos y medio de ventaja, fue suspendido durante dos semanas como castigo por la infracción. Como consecuencia, perdió la maglia rosa y pasó el resto de su corta vida asimilando lo que, según él, fue una traición.

En ese momento, el presidente de la UCI era Hein Verbruggen. En una declaración dijo: "Éstas son las reglas y deben cumplirse". Pero cuanto menos se comente, mejor.

"Sobre todo después de Madonna di Campiglio", interviene Tonina mientras Pino le dice algo a mi compañero tras la cámara, fuera del alcance del oído. "Creo que mucha gente se alegró en secreto. Era demasiado popular. Había envidia".

Puede que sean las creencias sesgadas de una madre cariñosa, pero son creencias fuertemente arraigadas, y ante la mención del dopaje, la mujer menuda y originalmente de voz suave se anima. Y vocifera. "¡PANTANI SE DOPÓ! MARCO HIZO ESTO, PANTANI HIZO AQUELLO. Durante años fue así. Marco se gastó una fortuna luchando y tratando de entender lo que pasó en Madonna di Campiglio. Tras su muerte, yo continué pero eso no te lleva a ninguna parte... ¡es todo una porquería! Es una situación de mierda porque te encomiendas a profesionales, a abogados, intentas entender lo que ha pasado, ¿y qué sale de todo esto? —niega con la cabeza—. El último abogado fue el peor. Realmente me volvió loca".

"Me utilizó como madre. ¡Me dijo muchas mentiras y al final no hizo nada! Estoy segura de que me robó 100.000 euros, pero incluso esa cantidad de dinero no sería nada para conocer la historia con certeza. Pero me vendió un sueño... vio mi debilidad como madre... me dijo un montón de mentiras. Incluso intentó ponerme en contra de mi marido. Y luego, ¡para nada!"

“¿Y en cuanto a los periodistas? Te diré lo que pienso. Creo que no son normales. Tienen problemas con la cabeza. Casi todos ellos dijeron que Armstrong estaba limpio. Que habían visto las pruebas. Que le creían. Y Lluego vienen a mi casa, a hablar de mi hijo, y veo los artículos y todo es en de contra Marco. ¿Cómo pueden escribir esas cosas, sobre alguien que nunca conocieron?", comenta su madre.

"Dudas, dudas... siempre y para siempre desde lo de Madonna di Campiglio. Ese día todos los periodistas llevaron a Marco a lo más alto, diciendo 'Marco es un campeón, Marco es un ejemplo para todos'. Y a la mañana siguiente, lo dejaron caer. ¿Por qué? Si yo fuera periodista y pensara así de Marco, querría saber qué pasó realmente".

"Después de ese día, creo que... Creo que murió ese día, en Madonna di Campiglio", interviene Pino, mientras Tonina suspira: "Creo que después de eso cayó en cosas horribles. Es trágico, pero cayó".

Una tragedia, escribió Aristóteles, gira en torno a una acción con graves implicaciones. Debe estar impulsada por la actuación dramática y no por una narración superpuesta.

El héroe tampoco debe ser un dechado de virtudes ni totalmente malvado. Su perdición puede provenir de un defecto fatal o de un acto de los dioses, pero su historia debe parecerse al mundo en el que se desarrolla, y la trama debe avanzar en una dirección antes de invertirse en otra. Y debe terminar con un patetismo; el acto destructivo y doloroso que deja al público lleno de piedad y miedo.

Pantani, pues, es la gran tragedia del ciclismo moderno. Excepto que en la ficción, lo que sigue para el público es la catarsis: una restauración que proviene del colapso emocional final. Pero las ficciones terminan en la página, o cuando cae el telón y los actores regresan de entre los muertos para recibir los elogios del público. Las ficciones no mueren solas en las habitaciones de los hoteles. Sólo la realidad es tan cruel como para terminar así.

"Cocaína..." La palabra persiste en el aire, pronunciada con el tipo de horror resignado que sólo se encuentra en la voz de una madre que ha perdido a un hijo de esa forma.

"Cocaína... No digo que nunca haya consumido drogas. No lo sé. Pero sí sé que trabajó con niños aquí en Cesenatico para hacer una campaña contra la adicción. He visto drogadictos, y él nunca fue como el peor de ellos. Nunca estuvo fuera de sí, como decían los periódicos. Es más fácil para los periodistas hablar mal de alguien, lo sé. Pero tener a todo el mundo encima de alguien, diciendo esas cosas... no está bien".

Las opiniones sobre Pantani siempre han estado divididas. Lo que para algunos era "pantastique" para otros era una simple trampa. Es lógico, ya que en italiano, un pantano es una ciénaga. Marco de los pantanos, inundado por el oleaje del éxito y las aguas altas de la fama. Marco, que pasó los que deberían haber sido los mejores años de su vida, empantanado y anegado en aguas enturbiadas por el deporte que amaba y por sus propias acciones.

"Para mí —comenta Pino—, Marco nació campeón. Pero también nació sin suerte. Fue un campeón porque nació con un potencial excepcional, con unas características únicas. Pero siempre tuvo muy mala suerte. Con todo el talento que tenía cuando ganó, con todos aquellos accidentes. Cuando se rompió la pierna, cuando estuvo parado un año y medio. Fueron sus mejores años. Sin toda su mala suerte, habría ganado dos Tours y tres o cuatro Giros. Sin duda.

"Marco nació para ganar y también para perder. Pero era un campeón. Eso es algo que llevaba dentro. Por eso me hace gracia la forma en que la gente habla del dopaje. No se puede inventar un campeón".

Con la cantidad de tiempo y dinero que se ha gastado durante las dos últimas décadas en programas de dopaje en el ciclismo, es evidente que hay mucha gente que no está de acuerdo con Pino. O, al menos, piensan que si sólo pudieron encontrar medio ganador, unos cuantos ingredientes añadidos podrían darles uno completo.

No sé si Marco Pantani se dopó. Yo no estaba allí.

Si no lo hizo, ¿cómo venció a aquel gran impostor vestido de amarillo en las laderas de Ventoux? ¿Cómo pudo un corredor limpio humillar a un pelotón de proyectos científicos? Si estaba limpio, ¿cómo fue capaz de realizar repetidos y despiadados actos de salvajismo cada vez que la pendiente se hacía demasiado dura para el resto? ¿Cómo, en un deporte que ha enseñado a todos a sospechar del superlativo, pudo ser tan bueno?

Tal vez, tener que plantear estas preguntas sea una prueba más de la gran injusticia que ha sufrido el ciclismo.

Es patético pensar que todo y todos deben estar siempre bajo sospecha por ser "demasiado buenos". Y parece cruel dejar que el hombre muera dos veces. Descartar su leyenda como una construcción narcótica, una alucinación que viste pero no tienes que creer. Al fin y al cabo, es cierto lo que dicen: lo que hacen los hombres buenos se entierra demasiado a menudo con ellos. Sólo lo malo sigue vivo.

El museo de Cesenatico está lleno de lo bueno. Las paredes están cubiertas de camisetas ganadoras, fotos de Marco y de aficionados sonriendo. Hay una colección de sus extraños cuadros, sus equipaciones de fútbol y, en un rincón, una enorme motocicleta personalizada que debió de empequeñecer al diminuto Pantani. Sería difícil imaginarse que sus pies tocaran el suelo si no hubiera un práctico retrato a tamaño natural al lado que muestra al protagonista haciendo eso precisamente.

Y en la mesa donde hemos estado sentados, hay un gigantesco álbum lleno de lo que deben ser miles de recortes de periódicos. Está girado hacia el fondo y hay un artículo de la Gazzetta dello Sport de 2003: el último Giro de Italia de Marco.

Iba a ser su último intento de gloria, el canto del cisne de un héroe trágico bendecido y condenado a partes iguales. Por supuesto, no fue así. Terminó en el puesto decimocuarto de la general, pero no por mediocridad. Porque incluso entonces, pasado de vueltas y en guerra con sus demonios, iluminó la carrera como sólo él podía hacerlo.

Su ataque en la decimonovena etapa en la Cascata del Toce iba a ser el último, y no tuvo éxito, pero como dijeron los comentaristas de la cadena italiana, era lo que millones de aficionados habían estado esperando desde el inicio del Giro. No importa que el último disparo del Pirata fallara, sino que lo hiciera en primer lugar.

No sé si se dopó. Pero sí sé que no hay ningún programa tipo Sálvame esperando a Pantani para sacar los trapos sucios. No hay un proceso de verdad y reconciliación que lo absuelva de sus pecados ni un foro para que demuestre su inocencia. No tiene más de 100 millones de dólares y no puede vivir sus días en una mansión con su familia y amigos, sin ser demasiado malo por todo lo que pasó.

Está muerto. Se ha ido, pero los rumores y las acusaciones siguen aferrándose. Por supuesto, sería ingenuo culpar al ciclismo de la muerte de Marco Pantani. Él tomó sus propias decisiones. Pero sería igualmente ingenuo sugerir que la época en la que se encontraba compitiendo no jugó algún papel. Y es una muerte de la que estamos hablando, después de todo. No de una suspensión, ni de la pérdida de algunos títulos.

En ese contexto, las reglas rotas, la confianza de los aficionados hecha añicos e incluso el silencio que finalmente ha dejado al descubierto el sucio lío en el que se convirtió el ciclismo profesional, nada de eso importa realmente. Porque por encima de todo eso, hubo corazones destrozados en esta oscuridad.

"Os diré una cosa más", dice una Tonina comprensiblemente cansada, justo cuando estamos a punto de terminar. "Me gustaría que, tantos años después de la muerte de Marco, una sola persona se presentara, se pusiera la mano en el corazón y me contara lo que realmente pasó. Porque todavía estoy aquí, luchando para seguir adelante, y me duele. Pero se lo debo a Marco. Sólo quiero que esté en paz".

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