Editorial VOLATA #33: una nueva mirada hacia el ciclismo adaptado

En pocos minutos consiguieron que dejara de fijarme en las prótesis y me fijara en los importante, en como habían ido los entrenamientos y en lo bueno que estaba el pastel de chocolate.

Hace unos años, antes de la pandemia, tuve la oportunidad de formar parte del encuentro que los viernes por la tarde el equipo Genesis de ciclismo realizada en la habitación de las bicicletas en el Velòdrom d’Horta de Barcelona. Se improvisó una mesa central con un banco de madera y unos taburetes y empezaron a aparecer frutos secos, pastas, pasteles caseros, refrescos y cervezas. Poco a poco llegaban los ciclistas, algunos recién duchados tras el entrenamiento y se organizó un corrillo alrededor de la copiosa merienda con lo que se pudo en medio de las ruedas de las bicis, herramientas y cajas.

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“¿Quieres una cerveza, Olga?” Sí, claro. “Y, come, come, que está todo muy rico”. Por supuesto. En una punta de la habitación estaba Juanjo Méndez, el presidente del club, que no cesaba de reír y hacer bromas con Bernat Moreno, el técnico y entrenador deportivo del equipo, y el resto de ciclistas, como Clàudia Grau, Raquel Acinas, y los jovencísimos Pau Miquel —ahora profesional en el Kern Pharma— y David Domínguez —en el Eolo-Kometa de Alberto Contador—, por entonces integrantes de programa de Tecnificación GN6, una beca de formación para nuevo talentos que había puesto en marcha el equipo. A mi lado estaba el fotógrafo Paolo Penni Martelli, el culpable de que estuviera allí, ya que, en más de una ocasión me dijo, “tienes que venir a conocerlos”. Él llevaba fotografiando al equipo desde hacía años y algunas de sus fotos del equipo decoran una parte de los pasillos del velódromo. También ha salido a entrenar en numerosas ocasiones que ellos, así que se conocía la casa por dentro y por eso me insistía en qué, un día de estos, tenía que pasarme por allí.

El ambiente era distendido y muy cercano. Algunos tenían el cuerpo completo, a otros les faltaba algún miembro. Estos hacían bromas con sus propias prótesis y las de los otros. En un momento determinado, alguien se puso la prótesis de la pierna detrás de la cabeza para demostrar hasta donde llegaba su flexibilidad, como si se tratara de un artista de circo. Debo reconocer que al principio me costó reírme con aquello, porque estaba muy impactada y algo intimidada al ver con qué ligereza se sacaban y ponían las piernas falsas.

Sentía que no tenía derecho a hacerlo, pero al rato, lo empecé a normalizar y a sonreír y me dejé participar de la fiesta, en gran parte gracias a ellos. Sin querer, estaban acompañándome en mi proceso personal de cambio de mirada. En pocos minutos habían conseguido transmitirme una gran lección: que dejase de fijarme en las prótesis y me centrara solamente en lo importante, en las historias que contaban, en cómo habían ido los entrenamientos, en las risas, en compartir unas cervezas y en lo bueno que estaba el bizcocho con dos capas de crema de chocolate. No recuerdo quien lo trajo pero lo devoramos en pocos minutos. Gracias Paolo. Gracias Genesis.

Extracto de la editorial del número 33 de la revista VOLATA

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