Kromvojoj, mi viaje hacia las nubes

Dice India Clare, ciclista que debutó en la larga distancia sin asistencia en la pasada edición de Kromvojoj, que "hay cosas que hay que vivir para entenderlas", como pedalear de noche o hacer vivac. La segunda edición de Kromvojoj se celebra el próximo 13 de mayo. 

A pesar de su extraño nombre, Kromvojoj supone un reto mayúsculo. Se trata de un agotador recorrido de ultradistancia, con 24.000 metros de desnivel acumulado en tan solo 1.400 kilómetros. Lo cierto es que preguntarme el por qué decidí participar en esta misma carrera apenas un año después de comenzar mi idilio con el ciclismo, sería totalmente pertinente. ¿La respuesta que daría? Porque resulta adictivo cómo los ascensos y descensos montañosos reflejan las variaciones de mi estado de ánimo. Hay cosas que hay que vivir para entenderlas. Kromvojoj es una de ellas.

Día 1 - Primera toma de contacto con imprevistos

La dichosa ignorancia hace que en las horas previas al inicio de la ruta no esté nerviosa. Me fijo en los preparativos de otros participantes y lo reproduzco: dormir y preparar bocadillos. La salida desde la ciudad de Reus comienza de forma ordenada. Resulta curioso observar cómo mientras pedaleamos la mayoría de las persianas están cerradas para evitar el calor abrasador. Una situación que tomo como una señal de advertencia de lo que está por venir. Ya en las afueras de Reus, cada uno nos dejamos llevar por nuestros respectivos ritmos y nos separamos lentamente. Cuando cae la noche estoy sola.

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Poco después de tomarme mi bocadillo de jamón y queso, que había guardado en mi alforja a más de 40 grados de temperatura ambiente —craso error—, me empieza a doler el estómago. Para cualquier tipo de carrera de ultraciclismo, el consejo es "no parar", así que durante las primeras doce horas de carrera solo me detengo para aliviar mi dolorido estómago. Es una rutina sombría por la espero no tener que volver a pasar.

Día 2 - El reto por poco me supera

Reconozco que me planté abandonar cuando el sol empezó a asomar por las crestas de Rupit. Llevo doce horas sin comer y he recorrido cerca de 220 kilómetros en los que las sombras de los delgados troncos de los árboles hacen que los rayos del sol entren y salgan de mis ojos como si fuese una luz estroboscópica. Además, el último tramo sobre una carretera de cemento blanco, plagado de baches y cráteres, hace imposible establecer ningún tipo de ritmo. 

Por fin aparece una cafetería. Bajo un mostrador de cristal se exponen hileras de relucientes pasteles y la pared de detrás está repleta de todo tipo de pan. Me quedo mirando fijamente la abrumadora variedad mientras no puedo contener las lágrimas y, de repente, me encuentro sollozando delante de todo el mundo. Me encojo de hombros ante un grupo de alegres ciclistas con maillots amarillos, pido una montaña de comida y llamo a mi madre. Fue la mejor decisión que puede tomar, porque acabé la conversación con ánimos renovados. 

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Tras una breve siesta en el único rincón en sombra de un parque infantil, vuelvo a la carretera. Lo hice junto a esos agradables señores del maillot amarillo, que me invitaron a acompañarles en la etapa a través de Girona. Pedaleamos durante una eternidad y el calor me dificultaba incluso respirar, pero no quería perder la estela del grupo. Intenté regular la respiración, pero el agotamiento pudo conmigo y me detuve. Todos los del grupo pararon conmigo y gritaron: "¡Te esperaremos!" De mis ojos brotaron lágrimas de nuevo en una mezcla de cansancio y gratitud.

Día 3 - Punto de inflexión

El tercer día me siento diferente, como si tuviera las pilas cargadas. Me despido de mis compañeros con el maillot amarillo en el desayuno tras charlar sobre la historia política de Cataluña, nuestras familias y nuestros deseos... Sin embargo, al reprender la marcha reaparece de forma inoportuna una lesión en la mano que me había obligado a pasar por rehabilitación en las últimas semanas. Me detuve un instante en la cuneta de un descenso y Javier López, uno de los participantes, me indicó amablemente dónde había un restaurante. Estaban cerrando, por lo que intento tocar la fibra sensible de los dueños y, por suerte, lo consigo. 

El restaurante es una sencilla sala cuadrada con azulejos grises y paredes en color crema, sillas de metal plateado y servilletas de papel muy finas que crujen al limpiarte la boca. El comedor es poco acogedor, al contrario que el comportamiento de los camareros. Después de este reconfortante descanso, en el que devoro un plato insuperable de pasta, tengo el “placer” de descubrir que mi periodo se ha adelantado cinco días. No tengo nada a mano para remediarlo, así que meto papel higiénico en el culotte como solución provisional.

Unos kilómetros más adelante me encuentro con una gasolinera, perfecta para reponer comida, comprar tampones y hielo para la mano resentida. Fue el momento en el que cambié el planteamiento para afrontar Kromvojoj. Un punto de inflexión en el que reflexiono que no debo esforzarme tanto, al fin y al cabo  estoy de vacaciones. Y lo que es más importante, al tener que pedalear llevando el peso solo sobre la mano derecha me veo obligada a hacer las rampas más empinadas andando. Los siguientes 100 kilómetros los empiezo a disfrutar. Hago el check in en un hotel, me ducho y lavo mi ropa y me acurruco en la cama. De repente, el mundo es otro.

Día 4 - ¿El final?

En el cuarto día encuentro mi ritmo. Contemplar la luz anaranjada bailando sobre el paisaje verde, manipulando las sombras, haciéndolas crecer y desaparecer sobre los enormes valles milenarios es todo un espectáculo. Decido poner a prueba mi vivac, que hasta ahora he llevado conmigo únicamente por el bien de mi salud. Lo preparo cerca de la cima de un puerto y cuelgo la ropa para que se seque, aunque al despertar descubro que todo está empapado por la lluvia de la noche… Por suerte, al descender al pueblo de Sort (no se me escapa la ironía del nombre), entro en el vestíbulo de un hotel. ¡Hurra! Puedo colgar la ropa mojada y, además, el desayuno abre en veinte minutos. 

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Con el estómago lleno, y la ropa seca, reemprendo la marcha en el tramo más montañoso de la ruta. Es una circunstancia que empeora paulatinamente el estado de mi mano lesionada y me impide, por desgracia, ascender el Port de la Bonaigua. Perdería demasiadas horas subiendo andando para poder llegar al punto de control y proseguir en competición, por lo que decido seguir el consejo del organizador de la carrera y saltarme el CP2. A pesar de que sabía las consecuencias, la descalificación me deja realmente desolada. Cojo un taxi hasta un hotel en la Pobla de Segur. Es el final. O eso pensaba.

Día 5 - La aventura acaba en bici

Cuando el tren con destino a Reus está a punto de partir me pregunto si es realmente lo que quiero hacer. Aunque subiera todas las montañas a empujones, llegaría a tiempo para la fiesta de los que consiguen culminar esta aventura. En un arrebato, me lanzo con mi bicicleta fuera del tren y me despido de un desconcertado Javier López, con quien había vuelto a coincidir en el hotel de la Pobla del Segur y en ese momento debía pensar que estoy loca. Quiero terminar el resto de la ruta: el Kromvojoj Alternativo había comenzado.

Día 6 - Pasión compartida

Los últimos kilómetros transcurren en los variados paisajes de Terres de l’Ebre, al sur de la provincia de Tarragona. Un territorio arenoso predominante llano cercano al Delta del Ebre que conduce de nuevo hacia Reus. Ya en el interior de la ciudad, doblo una esquina y allí está la meta, con el equipo de Kromvojoj y todas las mujeres de la carrera. Están igual de emocionadas como yo por haber terminado, y me llenan de besos y abrazos. Aunque hace una semana éramos meros desconocidos, siento una profunda conexión con estas personas debido a la pasión que compartimos. Intercambiamos anécdotas sentados en el cálido cemento del aparcamiento, bebiendo cervezas frías y riéndonos del infierno por el que todos hemos pasado. 

Algo tiene Kromvojoj que atrae a los trotamundos, a los buscadores, a los aventureros… y yo no era diferente. Antes de la carrera, nunca había subido una montaña en bicicleta, nunca había acampado por mi cuenta y nunca había pedaleado durante la noche. Al cruzar la línea de meta puedo decir orgullosa que he hecho todas esas cosas, gracias en gran medida al aliento, la amabilidad, la compasión y la empatía constante del equipo de Kromvojoj y de los demás participantes. Sigo en las nubes, estoy deseando que llegue la próxima edición.

Más información en Kromvojoj.cc

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